La producción dijo...

Sepan disculpar pero la Flor en Jaque, por motivos psico-misticos-existenciales, ha dejado de emitirse por la Estación del Sur. Muy pronto volverá a emitirse pero por Radio Walden, estaremos avisando en cuanto tengamos la fecha de vuelta. Los vamos a extrañar y esperemos encontrarnos nuevamente en nuestro humilde e insignificante regreso. Y si nos extrañan, como siempre les decimos, peor es leer un libro de Marcos Aguinis. Cualquier novedad será comunicada en este blog. Muchas gracias a todos y que nuestras vidas sigan siendo una obra de arte.

Frases de la semana

"Más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita" (Anónimo)


“Nunca intente levantar las palabras que no pueda sostener” E. Dickinson

Rudyard Kipling


Rudyard Kipling nació en Bombay el 30 de diciembre de 1865, y fue un escritor y poeta británico nacido en la India. Kipling fue autor de relatos, cuentos infantiles, novelista y poeta, se le recuerda por sus relatos y poemas sobre los soldados británicos en la India y la defensa del imperialismo occidental, así como por sus cuentos infantiles.

Algunas de sus obras más populares son la colección de relatos The Jungle Book (El libro de la selva, 1894), la novela de espionaje Kim (1901), el relato corto The Man Who Would Be King (El hombre que pudo ser rey, 1888), publicado originalmente en el volumen The Phantom Rickshaw, o los poemas Gunga Din (1892) e If— (traducido al castellano como Si..., 1895). Además varias de sus obras han sido llevadas al cine.

Hay que decir que Kipling fue iniciado en la masonería a los veinte años, en la logia “Esperanza y Perseverancia N 782”.

En su época fue respetado como poeta y se le ofreció el premio nacional de poesía Poet Laureateship en 1895 (poeta laureado) la Order of Merit y el título de Sir de la Order of the British Empire (Caballero de la Orden del Imperio Británico) en tres ocasiones, honores que rechazó. Sin embargo aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907 y fue el ganador del premio Nobel de Literatura más joven hasta la fecha, y el primer escritor británico en recibir este galardón.

Cuando Kipling tenía 6 años su padre lo envió a él y a su hermana menor Trix al hogar social conocido como Lorne Lodge en Inglaterra, para que se educaran allí durante los siguientes 6 años. Ya que no tenía a sus padres cerca, se sentía solo y abandonado, lo cual recordaría como una triste infancia en su autobiografía “Algo de mí mismo”, publicado después de su muerte en 1937. En la primavera de 1877, Alicia Kipling, la madre, volvió de la India y retiró a los niños de Lorne Lodge.

En 1878, ingresa al United Service College, una escuela de Devonshire, creada especialmente con la finalidad de educar a los hijos de aquellos oficiales sin gran pecunio. Durante su tiempo allí, Kipling también conoció a Florencia Garrard, de la cual se enamoró; y en ella se inspiró para el personaje de Maisie en su primera novela, “La luz que se apaga” (1891). Hacia el final de su estancia en la escuela, estaba seguro que carecía de la capacidad intelectual para conseguir una beca en Oxford, y sus padres no contaban con los recursos para financiar sus estudios; por ende su padre le consiguió un empleo en Lahore (Pakistán) donde era el Director de la Colección Nacional de Arte de Lahore y guardia del Museo de Lahore. Kipling fue asistente editor de un pequeño periódico local, La Gaceta Civil y Militar. A este periódico Kipling lo ha llegado a llamar “Mi primer amante y el amor más verdadero”.

Kipling trabajaba mucho y muy duro para el redactor, Stephen Wheeler, pero su necesidad de escribir era imparable. En 1886, él publicó su primera colección de versos, “Cantinelas departamentales”. Ese año también hubo un cambio de redactor, pues asumió el cargo Kay Robinson, quién permitió una mayor libertad creativa, y además solicitaron que Kipling redactara pequeños cuentos, que serían incluidos en el periódico.

Aproximadamente treinta y nueve historias aparecieron en la Gaceta entre noviembre de 1886 y el junio de 1887. Una parte importante de esas historias fueron incluidas en “Cuentos de las colinas”, la primera colección de prosa de Kipling, que fue publicada en Calcuta en enero de 1888, un mes después de que cumpliera los 22 años. En noviembre de 1887, fue transferido a un periódico hermano de la Gaceta, pero más importante: El Pionero.. Pero sus ansias por escribir no fueron saciadas y crecían frenéticamente, y durante el siguiente año publicó seis colecciones de historias cortas: “Tres soldados”, “La historia de Gadsbys”, “En blanco y negro”, “Bajo el Deodar”, “El fantasma Jinrikisha”, y “Wee Willie Winkie”, con un total de 41 cuentos.

El 18 de enero de 1892, a la edad de 26 años, Rudyard contrajo matrimonio con Carrie Balestier (hermana de su difunto amigo Wolcott) de 29 años, en la ciudad de Londres. Los recién casados planearon su luna de miel en Estados Unidos. Pero cuando la pareja llegó a Yokohama, Japón, descubrieron que su banco, The New Oriental Banking Corporation, había quebrado. Asumiendo su parte de la pérdida, volvieron a Vermont, EE.UU.; donde alquilaron una pequeña casa de campo cerca de Brattleboro por diez dólares al mes, con Carrie embarazada de su primer hijo.

En esta cabaña («la cabaña de la dicha»), nació Josephine, la primera hija de la pareja, el 29 de diciembre de 1892 —el cumpleaños de su madre era el 31, y el de Kipling el 30 del mismo mes—. Fue también en esta casita donde “El libro de la selva” vio su primer amanecer.

De regreso a Inglaterra, en septiembre de 1896, Kipling se estableció en la ciudad de Torquay en la costa de Devon. En esta etapa de su vida ya era un hombre famoso, y en los dos o tres años anteriores había estado haciendo cada vez más declaraciones políticas en sus escritos. También había comenzado a trabajar en dos poemas, “Recessional” en 1897, y su obra “La carga del hombre blanco” (1899) que crearía gran controversia al publicarse; siendo considerada propaganda a favor del imperialismo y del Imperio británico. Al año siguiente, la familia se trasladó a Rottingdean, Sussex, donde nació su primer hijo varón, John Kipling.

Rudyard fue un prolífico escritor —nunca fue fácil catalogar su trabajo—. Durante su estancia en Torquay, también escribió “Stalky y Co.”, una colección de historias en las que relata sus experiencias colegiales. Según su familia, Kipling gozaba leyendo en voz alta las historias de “Stalky y Co.” y él mismo se reía a carcajadas de sus propias bromas.

“El poeta del imperio”, como también se lo conocía a Kipling, escribió poesías en apoyo de la causa británica en la guerra de los Bóer, y en su siguiente visita a Sudáfrica, a principios de 1900, colaboró en la creación del periódico militar The Friend (El amigo) para las tropas británicas en Bloemfontein.

En una visita a Estados Unidos en 1899, Kipling y su primogénita Josephine contrajeron pulmonía, de la cual Josephine murió más tarde.

Hacia 1906 Kipling inicia un nuevo tipo de historias, ya que el ambiente era propicio, por los frondosos bosques que rodeaban la casa y el ambiente de tranquilidad que se respiraba. Inicia esta pequeña etapa con el cuento infantil “Puck of Pook's Hill “(Puck de la colina de Pook).

Durante toda su vida, Rudyard Kipling había rechazado todas las condecoraciones que merecidamente había ganado, como la Orden a Caballero (que lo nombraría como Sir Rudyard Kipling), o la Orden al Mérito, que es el mayor honor que se le puede entregar a cualquier súbdito inglés. Otro galardón rechazado por Kipling fue el Poet Laureateship (Premio Nacional de Poesía). Pero en 1907 aceptó, gustosamente, la máxima recompensa que se le puede entregar a un escritor: el Premio Nobel de Literatura, pese al repudio de algunos liberales ingleses.

En 1909, escribe “Acciones y reacciones”; en 1910 “Rewards and Fairies” (Hadas y recompensas) que incluye su poema más famoso, «If». Se dice que Kipling se basó, para escribir este poema, en las cualidades de dos de sus grandes amigos, Cecil Rhodes y Jameson. En colaboración con Elsie Kipling compone una obra de teatro llamada “El centinela del puerto”, que fue estrenada en Londres, pero sólo tuvo unas pocas puestas en escena.

En los inicios de la primera década del siglo XX, Kipling alertó, primero a su rey, Jorge V, y después a las otras naciones, que se acercaba una gran guerra, y que afectaría a todo el mundo, por lo que había que preparar los ejércitos y estar alerta. Su vaticinio, aunque no era errado, no fue entendido, y sólo fue tomado como una sobreexaltación del patriotismo que caracterizaba a Kipling.

Pero la Primera Guerra Mundial estalló, y su único hijo hombre, John Kipling, tuvo que alistarse en el ejército. John murió a los 18 años, en la primera batalla en la que tomó parte, la Batalla de Loos, en el frente Occidental. La familia estaba consternada, no podían creer que ya habían sepultado a dos de sus tres hijos. Desde la muerte de John, y hasta su propia muerte, Rudyard comienza a desarrollar una úlcera gástrica. Con la rabia en la sangre por la pérdida de su hijo, publica artículos de guerra, recolectados en dos pequeños textos bajo los nombres de “El nuevo ejército en formación” (The New Army in Training) y “Francia en guerra” (France at War). Estos textos fueron censurados, por el contenido irónico en contra de las estrategias militares de la Triple Entente.

En el año 1917, y con la muerte de su hijo todavía en la cabeza, se une a la War Graves Commission, comisión establecida en 1917, que se encargaba de tramitar la llegada de cadáveres de los combatientes, de enterrarlos con todos los honores correspondientes y de mantener las tumbas en lo sucesivo. En esta labor conoce personalmente y se hace muy amigo del rey de Gran Bretaña, Jorge V.

Entre 1919 y 1930 sigue publicando historias y cuentos, la mayoría con temas de la Primera Guerra Mundial, como la recopilación “Thy Servant a Dog”, una creativa serie de cuentos que consistía en la vida de una familia campestre inglesa, vista desde el punto de vista de los perros de la familia. Este es el último trabajo creativo de Kipling, ya que su última publicación, “Limits and Renewals”, es una especie de documento incriminatorio contra algunos escritores.

Finalmente, a consecuencia a una hemorragia interna, Joseph Rudyard Kipling muere, el 18 de enero de 1936, dejando un enorme legado de cinco novelas, más de 250 historias cortas y 800 páginas de versos. Considerado como «El escritor del Imperio», título que siempre lo halagó, y que lo acompañó incondicionalmente en sus últimos días de vida, quizás los ingleses nunca habrían sabido tanto sobre la vida colonial si este escritor no se hubiese inmiscuido un poco más en la vida de la considerada «una colonia más» del creciente imperio Británico.

Por lo ilustre que era considerado Kipling en Inglaterra y todo el Reino Unido, aparte de haberle brindado él a su imperio la gloria de poseer un Premio Nobel, y aunque a Kipling no le gustaban mucho los premios y honores, decidió, junto a su viuda, ser enterrado en la Abadía de Westminster, lugar reservado para reyes y reinas, y en donde actualmente descansan sus restos.

Se ha dicho que muchas de las más viejas ediciones de los libros de Rudyard Kipling tienen una sauvástica 卍 impresa sobre sus cubiertas asociadas con una imagen del dios encabezado por elefante hindú Ganesha, pero se ha desestimado la posibilidad de que Kipling fuera simpatizante del movimiento nazi que utilizaba la esvástica 卐 o cruz gamada (por la letra griega gamma Γ) cuyos brazos están doblados en sentido horario. Kipling empleaba la sauvástica basado en el significado indio antiguo de buena suerte y bienestar. Con los brazos en sentido anti horario, la cruz se denomina sauvástica y no esvástica.

Incluso antes de que los nazis subieran al poder, Kipling ordenó al grabador quitarlo del bloque de impresión para evitar que pensasen que él los apoyaba. A menos de un año antes de su muerte Kipling dio un discurso (titulado «Una isla indefensa») a la Real Sociedad de San Jorge, el 6 de mayo de 1935 advirtiendo del peligro de la Alemania nazi sobre Gran Bretaña.

Aproximación a la obra de Emily Dickinson


Emily Dickinson fue una poeta estadounidense cuya poesía apasionada ha colocado a su autora en el reducido panteón de poetas fundacionales norteamericanos que hoy comparte con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Emily Dickinson pasó gran parte de su vida recluida en una habitación de la casa de su padre y, excepto cinco poemas (tres de ellos publicados sin su firma y otro sin que la autora lo supiera), su ingente obra permaneció inédita y oculta hasta después de su muerte. “Fui a la escuela pero no tuve instrucción”, escribió una vez Emily.

Fue su hermana menor Vinnie la "descubridora" de las obras de Emily tras su muerte, y se convirtió en la primera compiladora y editora de su poesía.

De Emily Dickinson se conserva una carta que le escribió a una amiga a los 11 años: “Hoy es miércoles, y hubo clase de oratoria. Un hombre joven leyó una composición cuyo tema era Pensar dos veces antes de hablar. Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir”.

Además la niña estudiaba canto los domingos, piano con su tía, y también jardinería, floricultura y horticultura, estas últimas pasiones que no la abandonarían hasta el fin de su vida.

La educación de Emily Dickinson fue, por tanto, mucho más profunda y sólida que las de las demás mujeres de su tiempo y lugar. Sin embargo, en ocasiones la muchacha (cuya salud no era muy buena) se sentía saturada y sobreexigida. A los 14 años escribe a una compañera una carta donde dice: “Terminaremos nuestra educación alguna vez, ¿no es verdad? Entonces tú podrás ser Platón y yo Sócrates, siempre y cuando no seas más sabia que yo”.

La vida privada de Emily Dickinson ha estado siempre oculta a la vista del público, pero no hace falta más que echar una mirada a sus poemas para descubrir en ellas una coherencia, pasión e intensidad extraordinarias. La mayor parte de su obra se ocupa de su amor hacia un hombre (jamás mencionado por su nombre) con el que ella no podía casarse.

Lamentablemente, como la poesía de Emily fue publicada en un orden completamente arbitrario, no puede hoy en día distinguirse ninguna secuencia cronológica concreta.

Si bien Emily no se oponía a que la gente leyese sus poemas (le leía algunos a su prima y escribía otros para su cuñada), no dejaba que cualquiera los leyera. Aparte de los mencionados miembros de su familia, todas las demás personas que en vida de la poeta leyeron sus trabajos eran profesionales de la literatura: escritores, críticos, profesores o editores, y pueden contarse con los dedos de una mano.

Sin embargo, sus poemas y sus cartas demuestran que es falsa la apariencia de monotonía y enfermedad mental que erróneamente muchos atribuyen a estos últimos años de la artista. Las misivas de esta época son poemas en prosa: una o dos palabras por renglón y una actitud vital atenta y brillante que encantaba a los destinatarios.

Cuando murió su sobrino menor, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el Mal de Bright, la misma nefritis que acabó con Mozart. A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: “Me llaman”.

Poco después de la muerte de la poeta, su hermana Vinnie descubrió ocultos en su habitación 40 volúmenes encuadernados a mano, que contenían la parte sustancial de la obra de Emily: más de 800 poemas nunca publicados ni vistos por nadie. El resto de su obra la constituyen las poesías que insertaba en sus cartas, la mayoría de las cuales pertenecen a los descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.

Poemas


Emily Dickinson. Poeta estadounidense (1830-1886)

El corazón pide placer primero,
Luego excusa del dolor,
Luego los pequeños detalles
Que matan el dolor.
Luego irse a dormir,
Y luego si tiene que ser
El deseo de su inquisidor,
El privilegio de morir.


A Una Casa De Rosa

a una casa de rosa no te acerques
demasiado, que estragos de una brisa
o el rocío inundándola -una gota-
abatirán su muro, amedrentado.

Y atar no intentes a la mariposa,
ni escalar setos del arrobamiento.
Hallar descanso en lo inseguro
está en el mismo ser de la alegría.


Certidumbre

Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.

Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de a dónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero.


Ensueño

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
y se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel

Aun el más pobre puede hacerlo,
nada por ello ha de pagar:
el alma en el transporte de su sueño
se nutre sólo de silencio y paz.


Morir No Duele Mucho

Morir no duele mucho:
nos duele más la vida.
Pero el morir es cosa diferente,
tras la puerta escondida:

la costumbre del sur, cuando los pájaros
antes que el hielo venga,
van a un clima mejor. Nosotros somos
pájaros que se quedan:

los temblorosos junto al umbral campesino,
que la migaja buscan,

brindada avaramente, hasta que ya la nieve
piadosa hacia el hogar nos empuja las plumas.


Pequeñez

Es cosa tan pequeña nuestro llanto;
son tan pequeña cosa los suspiros…
Sin embargo, por cosas tan pequeñas
vosotros y nosotras nos morirnos.


Que Yo Siempre Amé

Que yo siempre amé
yo te traigo la prueba
que hasta que amé
yo nunca viví -bastante-

que yo amaré siempre
te lo discutiré
que amor es vida
y vida inmortalidad

esto -si lo dudas- querido,
entonces yo no tengo
nada que mostrar
salvo el calvario


Soy Nadie

Soy nadie. ¿Tú quién eres?
¿Eres tú también nadie?
Ya somos dos entonces. No lo digas:
lo contarían, sabes.

Qué tristeza ser alguien,
qué público: como una rana
decir el propio nombre junio entero
para una charca admiradora.

DETRÁS DE AQUELLA PUERTA. Olga Orozco.

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
—cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo—
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.

EL OBSTÁCULO. Olga Orozco.

Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos y guardias como perros,
por más que no se vea sino el espacio alado,
tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.
Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete con cada bienvenida,
con cada centelleo de la anunciación.
No consigo pasar.
Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,
el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta de luz en las tinieblas.
Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada en su favor.
Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio,
a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis peores estrellas.
No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.
Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de posesiones transparentes,
este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín debajo de la escarcha.
No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido,
ni siquiera comprimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación,
recortando las nubes al tamaño de algún ínfimo sueño perdido en el desván.
No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.
Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.
Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco que se prolonga porque sí,
cuando no estorba un borde igual que un ornamento sin brillo y sin sentido,
o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.
No llegaré jamás al otro lado.

ÉSA ES TU PENA. Olga Orozco.

Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.

LLEGA EN CADA TORMENTA. Olga Orozco.

¿Y no sientes acaso tú también un dolor tormentoso sobre la piel del tiempo,
como de cicatriz que vuelve a abrirse allí
donde fue descuajado de raíz el cielo?
¿Y no sientes a veces que aquella noche junta sus jirones en un ave agorera,
que hay un batir de alas contra el techo,
como un entrechocar de inmensas hojas de primavera en duelo
o de palmas que llaman a morir?
¿Y no sientes después que el expulsado llora,
que es un rescoldo de ángel caído en el umbral,
aventado de pronto igual que la mendiga por una ráfaga extranjera?
¿Y no sientes conmigo que pasa sobre ti
una casa que rueda hacia el abismo con un chocar de loza trizada por el rayo,
con dos trajes vacíos que se abrazan para un viaje sin fin,
con un chirriar de ejes que se quiebran de pronto como las rotas frases del amor?
¿Y no sientes entonces que tu lecho se hunde como la nave de una catedral arrastrada por la caída de los cielos,
y que un agua viscosa corre sobre tu cara hasta el juicio final?

Es otra vez el légamo.
De nuevo el corazón arrojado en el fondo del estanque,
prisionero de nuevo entre las ondas con que se cierra un sueño.

Tiéndete como yo en esta miserable eternidad de un día.
Es inútil aúllar.
De esta agua no beben las bestias del olvido.


OLGA OROZCO Olga Orozco.

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
aún labra la desdicha en el rostro de aquello que se buscaba en mí igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como el rayo,
no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte n tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que los cambiantes sueños,
allá, donde escribimos la sentencia:
“Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento”.

LAS MUERTES. Olga Orozco.

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota de salmuera.
Esa y no cualquier otra.
Esa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de nuestra vida.

LA REALIDAD Y EL DESEO. Olga Orozco.

a Luis Cernuda

La realidad, sí, la realidad,
ese relámpago de lo invisible
que revela en nosotros la soledad de Dios.

Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse jamás.
Y cada dos la división del pan:
el milagro al revés, la comunión tan sólo en lo imposible.
Y en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrío de unas alas que vuelven desde la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.

La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.

LA VÍSPERA DEL PRÓDIGO Olga Orozco.

La niña se creía la única niña en el
mundo, acaso. ¿Sabía siquiera que
era una niña?
Jules Supervielle
La niña de alta mar
Yo, el que vela arropado en la inocencia,
soy el que no partió cuando mi último soplo extinguió la bujía.
Pero ¿quién descifró lentamente los fabulosos signos?
¡Oh, lejano!
¿Quién buscaba en las nubes el espejo donde duerme la imagen de secretos países?
¿Quién oía otras voces quejándose en el viento contra el cristal golpeado?
¿Quién inscribió con fuego su nombre en los maderos para que fuese anuncio ardiente por las playas?
¡Oh, mensajeros!
Otro es el que se fue.
Mas por su rostro paso a veces como si aún se viera en el globo azogado de la infancia que el tiempo balancea;
y hasta mí llega a veces, tras las frondas errantes, el fulgor de su mísera realeza.
No me juzguéis ahora.
Esperadlo conmigo.
Su muerte ha de alcanzarme tanto como su vida.